La ciudad chilena de Punta Arenas no aparenta ser la cuna de una nueva revolución tecnológica. Sin embargo, hay mucho en juego para el mundo en la gran turbina eólica que se cierne sobre los matorrales que se extienden a lo largo del extremo sur del continente americano, desde el estrecho de Magallanes hasta el límite de la vista humana.
Para los esperanzados funcionarios del Gobierno chileno, la turbina y su maraña de tuberías, cubas y galpones industriales encierran la promesa de prosperidad: un nuevo motor económico, nuevos productos de exportación, nuevas industrias.
Para los expertos en desarrollo, es una posibilidad para remodelar la distribución de las oportunidades económicas y ofrecer una opción de desarrollo a los países para los que hasta ahora esta opción ha estado fuera de su alcance. Para el mundo, esta es una herramienta crítica en la batalla contra el cambio climático.
Se trata de Haru Oni, un complejo ensamblado durante el último año y medio a unos 40 kilómetros al norte de la ciudad por una serie de empresas chilenas e internacionales: empresas de energía y minería, empresas de ingeniería, incluso un fabricante de automóviles. A fines de este mes, se convertirá en el primer proyecto exitoso en transformar los vientos implacables de la Patagonia en una sustancia químicamente idéntica a la gasolina.
No es más que un programa piloto: una turbina de 3,4 megavatios para producir unos 130.000 litros de gasolina carbono neutral al año. Pero los socios de capital de riesgo esperan escalar la iniciativa para producir millones de toneladas de combustible esencialmente libre de carbono.
El mundo no solo habrá dado un gran paso hacia la solución del problema de cómo almacenar y transportar energías renovables. También se habrá sumado a una nueva era: la era del hidrógeno, que podría trazar una geografía económica radicalmente distinta a la de la era de los combustibles fósiles.