Por: Francesco Zaratti, Físico y analista en energías
La provisión de combustibles en Bolivia enfrenta tres nodos. El primero es la baja de la producción de petróleo crudo y del condensado asociado con la extracción del gas natural. Las causas son conocidas: las taras ideológicas en promover inversiones en exploración y el agotamiento (natural y por sobreexplotación) de los megacampos.
El segundo nodo es la creciente importación de combustibles líquidos, principalmente diésel, pero también gasolinas, que ha llegado, en la actualidad, a superar en valor los ingresos del gas. O sea, somos un país importador neto de hidrocarburos y derivados.
El tercer nodo es el subsidio a los combustibles que ha alcanzado montos insostenibles para el TGE y YPFB. En la actualidad el subsidio al diésel llega al 50% del monto gastado en importar ese producto, proyectándose hasta $us 1500 MM para el presente año 2022. Es cierto que los subsidios permiten frenar la inflación, pero, al final del día, solo encubren un problema que se está volviendo incontrolable. Como dijo un economista hace poco, los subsidios son la “coima” que el TGE paga a la inflación para que no levante cabeza.
¿QUÉ HACER?
Frente a este panorama desolador, ¿qué medidas propone el gobierno? Descartando sincerar los precios de los combustibles por las implicaciones políticas y sociales, se ha mencionado dos medidas.
La primera es la importación de petróleo crudo para refinarlo en el país; una idea excelente en teoría, pero que en la práctica tropieza con varias dificultades técnicas.
La segunda es la adición de agrocombustibles a los combustibles fósiles, con el fin de disminuir los volúmenes importados. Ya se mezcla etanol producido en los ingenios azucareros a la gasolina. Se añade hasta un 12% de etanol (por decreto, pudiendo llegar a 25% por ley) en volúmenes que resultan siempre menos relevantes a medida que crece el consumo.
Algo similar se piensa hacer con el biodiesel derivado de plantas oleaginosas, una promesa electoral de Luis Arce. Por lo pronto, acaba de ser declarada desierta la licitación de ingeniería y procura de una planta estatal de biodiésel (HVO) sin que se conozca un estudio completo sobre la factibilidad de ese emprendimiento.
EL BIODIÉSEL ES UN PARCHE CARO
El proyecto de las plantas de biodiesel abre varias interrogantes, de índole filosófico, ecológico y económico.
Para quedar en lo económico, mientras el etanol es un subproducto del ingenio azucarero que no tiene un mercado atractivo, los aceites de oleaginosas son un producto estrella de las exportaciones de Bolivia. De modo que utilizar aceite de soya como insumo de la planta de biodiesel equivale a vestir un diablo desvistiendo a un santo, considerando, además, la importancia de la soya en la cadena alimenticia.
Ante esas objeciones, el Ministerio de Hidrocarburos y Energía (MHE) ha prometido recurrir a plantas como la Jotropha o la palma africana, que aún no se cultivan en el país. Las casi medio millón de hectáreas requeridas y las inversiones millonarias que, si las hace el Estado, deberán añadirse a los $us 340 MM presupuestados solo para la planta, representan un desafío mayúsculo.
En el mejor de los casos, la planta producirá, con suerte desde fines del 2025, unos tres millones de barriles anuales, exactamente la cantidad adicional que demandará el mercado por el crecimiento (estimado en un 5% por el propio MHE) del consumo. Por eso afirmo que la planta de biodiesel es un parche.
Pero, además, es un parche caro, debido a que el costo de producción de un litro de aceite era del orden de Bs 5 antes de que el precio del barril de petróleo y el costo de producir un litro de aceite se fueran a las estrellas.
Consecuentemente hace falta un estudio detallado de la hoja de costos de ambos combustibles en diferentes escenarios antes de aventurarse en un proyecto de biodiesel subsidiado.
ALTERNATIVAS A LA PLANTA DE YPFB
Finalmente, quisiera lanzar dos ideas constructivas: la primera es que, debido a que la escasez de diésel es endémica en Bolivia, habría que apuntar a bajar la demanda (por ejemplo, convirtiendo a electricidad toda maquinaria estática) en lugar de incrementar la oferta, en el marco de un Plan de Transición Energética que se deja esperar.
Asimismo, considerando que YPFB no reúne las condiciones para emprender un proyecto agroindustrial de biodiesel, ¿no sería mejor asignar, de manera experimental, esa tarea a la agroindustria aceitera, aunque fuera solo para utilizar ese biodiesel en sus faenas agrícolas? Como dice el refrán: “si son rosas florecerán”.